viernes, noviembre 08, 2013

Confesiones de una mente insegura

Como no soy religioso, no tengo un lugar más que los escritos para confesarme, al final logro sacar un poco de tiempo para poder hablar conmigo mismo, y en cada redacción siempre trato de escuchar mis pensamientos, para que todo se vuelva menos robótico y sea mucho más parecido a una conversación que tendrías en cualquier cafetería con un amigo.

Confieso que desde que soy niño siempre he sentido una inseguridad increíble, me acuerdo por ejemplo aquél primer día de clases en que por fin llevaba puestos unos enormes anteojos con pasta café, no quería que los otros niños me vieran como un cuatro ojos en el kinder, hasta forcejee con mi madre para no entrar en esa maldita clase, al final todos los esfuerzos fueron en vano y la calma se adueño de mí, con el paso de los días ya era habitual para mí tener esos maldito espejuelos, y sí era el cuatro ojos de la clase, nada podía evitar que los otros niños me dijesen ahí va el cuatro ojos.

Otro de mis secretos es que nunca he sido constante con mi peso, de hecho en la escuela siempre fui un gordo, ese era mi apodo, recuerdo cuando hacíamos equipos de fútbol en los recreos, alguien decía el gordo va con nosotros, y curiosamente era costumbre para mí tener ese apodo, ya no importaba demasiado mi nombre, yo era sencillamente el gordo de la clase, había otro gordo pero ese no era gordo era Oso.

Tampoco era demasiado sociable, hay acontecimientos, que no significan nada para la historia pero quedan grabados en nuestra cabeza por efímeros que sean, una vez estaban todos los niños de la escuela, sentados en una banca en el gimnasio, ya no estaban hablando de cosas de chicos, eran niños que trataban de hablar como adultos, de temas serios, de noviazgos, de amistad entre sexos, algo que rara vez se ve en etapas tempranas de una escuela, pero nosotros ya estábamos en sexto grado, me acerqué a la banca en son de amistad, y todos me gritaron: "vete gordo, nada que ver vos acá", así que hice caso, me fui y corrí por toda la escuela, quería estar en el lugar más lejano posible, no quería tener nada que ver con esa escuela que hoy día recuerdo con cariño.

Al final de todo me di cuenta que la lucha jamás fue con ellos, sino conmigo mismo,  y por eso atesoro todos esos recuerdos, porque ahora a mis casi 30 años, me doy cuenta que la lucha sigue siendo contra el mismo enemigo, Yo.